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Siempre nos quedará el tuk-tuk
Salí de Luang Prabang rumbo sur desde la flamante estación de tren construida por los chinos, una nueva oportunidad de disfrutar de una de mis pasiones… viajar en tren! El destino era la capital de Laos, Vientiane, pero solo por un día, para poder sacar el visado a Camboya y así evitar “sorpresas” en la frontera. Llegué ya tarde a un hostel de esos en los que sabes que solo te vas a quedar una noche, porque todo es cutre y no te sientes a gusto…tu barriga te habla todo el rato ¿lo sabías? y si le haces caso, te sacará de cualquier lugar que no se sienta seguro para ti, escúchala! Yo lo hice y me cambié de hostel a la mañana siguiente a uno con piscina a tan solo cinco minutos a pie.
Mi día en Vientiane pasó entre visitas a la Embajada con una bici estropeada (se salía la cámara continuamente y tuvimos que volver en tuk-tuk… la bici y yo) y la interesante visita a un centro local que ayuda a personas afectadas por los UXO (munición sin explotar de la guerra de Vietnam), un tema muy presente en Laos que me llegó hondo y que salvó la parada en la capital, una ciudad sin mucho que ofrecer.
Con el visado a Camboya estampado en mi pasaporte, seguí la ruta hacia el sur de Laos en un bus que me llevaría a la ciudad de Thakhek, donde la visita a varias cuevas en moto era el principal motivo para recorrerla… en mi caso, cambié la moto por un tuk-tuk y recorrí las cuevas más cercanas y pude hacer una ruta en kayak por el río por una zona que me llevó a rincones mágicos entre grandes árboles y que disfruté como una niña en un parque acuático!
Un nuevo viaje en bus salió de la terminal de autobuses de Thakhek cuatro horas más tarde de lo previsto, lo cual me regaló un bonito tiempo compartido con la dueña del hostel donde me hospedé, que tenía una interesante historia de vida y con la que también miramos una peli haciendo tiempo hasta la salida de mi autobús. El trayecto, compartido “literalmente” con una chica australiana (en la misma litera para dos que tenía el bus) fue largo y un tanto accidentado cuando empezó a salir humo del conducto del aire acondicionado que estaba encima de nuestras cabezas y a “grito pelao” de “stop, stop, fire!!” hicimos parar el autobús para arreglarlo. Aventura total!
Llegamos a Pakse después de ya no recuerdo ni cuantas horas, pero muchas, y de nuevo en tuk-tuk llegué a mi bonito hostel en el centro de la ciudad. Los días que estuve en Pakse se celebraba el “Awk Phansa” (el final de la cuaresma budista de 3 meses) y pude ver varias actividades relacionadas con este evento junto con otros compañeros de hostel que venían de Tailandia. En esa zona también es muy famoso un loop en moto por la Meseta de Bolaven, pero como no fue posible conseguir un “easy rider” para mi, de nuevo el tuk-tuk se convirtió en mi alternativa de transporte por los alrededores, visitando varias cascadas impresionantes, un templo de origen jemer previo a Angkor Wat que me sorprendió por su energía y por su belleza y un enorme buda en lo alto de la colina con vistas a la ciudad.
Aquí también pasé por la “pelu” para hacerme unas trenzas africanas que me hacían mucha ilusión y también tuve uno de los episodios incómodos del viaje con un hombre, concretamente el conductor de mi tuk-tuk que pareció confundir, y mucho, una sonrisa y la amabilidad con la seducción… un mal rato que me incomodó y que más tarde mi cuerpo somatizaría…suerte que ahí aparecieron mis ángeles del viaje… pero ¡eso ya es otra historia!






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En bicicleta se vive mejor
Con mi pelo de nuevo “colorao” (como diria mi yaya) y la emoción a flor de piel por todo lo vivido, volví a subir a una barca rumbo a Nong Khiaw, el pueblo en el que haría escala para dirigirme en minivan a Luang Prabang, dando botes todo el trayecto por los innumerables baches de la carretera.
Me alojé en el centro de la ciudad en un bonito y acogedor homestay y rápidamente localicé un lugar donde alquilar una bicicleta para recorrer sus calles y sus alrededores (aunque allí les parezca una locura ir en bici a según qué lugares pues les parece que es muy lejos). La disfruté mucho, pues montada en la bici recupero mi sensación de libertad de movimiento, el poder ir donde yo quiera sin depender de nadie y parar cuando me apetezca…echo de menos no tener un vehículo propio! conducir es una de mis pasiones y aquí lo tengo difícil, la verdad.
Además de pasearme por el centro histórico, que en muchos momentos me recordó a Cuba con su aire colonial, pude reencontrarme con el Mekong, ese río mágico que me acompaña en este viaje y que me recuerda la sensación de fluidez recorriendo un largo camino, y es que su viaje a través de tantos países es también mi viaje. También me crucé con varios monjes budistas, con sus coloridas túnicas naranjas y nos sonreímos con naturalidad…¡qué grandes historias tendrán por contar!
Pero, mi vivencia en esta bonita y apacible ciudad no tiene que ver con edificios coloniales, templos budistas milenarios o mercados nocturnos llenos de artesanía, mi vivencia es de agua y en las afueras de la ciudad, en las cascadas a las que llegué pedaleando y que me parecieron las más increíbles que he visto hasta ahora. Si bien es cierto que primero fui a visitar otras cascadas muy famosas (Kuang Si Waterfall), fue en un tour y el lugar estaba lleno de gente turisteando… Lo cierto es que me doy cuenta de que la manera de llegar y de ver un lugar cambia por completo la experiencia, pasando de ser un “visto” en la lista de cosas por ver a ser una “experiencia” en sí misma y así lo viví yo. Llegué con mi bicicleta al mismísimo río desde donde partían unas barcas de madera que cruzaban al otro lado, donde en menos de dos minutos estaba delante de un espectáculo de la naturaleza y rodeada de gente local, ni un atisbo de turistas fotografiándose en cada rincón! Había llegado a “Les fonts del Llobregat” de Luang Prabang, el lugar de domingueo de los laosianos, donde refrescarse y hacer un picnic…hasta un grupito de monjes paseaban entre las docenas de saltos de agua y se hacían fotos! Que experiencia tan increíble para mí, me sentí más Lao que nunca, qué maravilla de país! Y de vuelta a la ciudad, paré a comprar una de esas cestitas donde guardan el arroz aquí y después de hablar un ratito con la señora de mi ruta y de su familia, me regaló la cestita y una botella de agua… que siga la magia en este viaje!





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Mi nombre es Lao
Moverte por Laos es toda una aventura en sí misma, el transporte es lento, las carreteras terrestres no siempre están en buen estado y, en algunos casos, ni existen, y la única forma de llegar a algunos pueblos es a través de carreteras fluviales. Este es el caso de Muang Ngoi, mi siguiente destino en el país de las mariposas, al que llegué después de un “viaje” de cinco horas por el río en dos barcazas de madera diferentes (con un tramo intermedio en minivan para evitar una presa china en medio del río). Durante el trayecto hicimos varias paradas para recoger y dejar a gente local o mercancías varias, para llevar a un grupito de niñ@s a la escuela o simplemente para achicar el agua que se había colado en la barca y que ya mojaba nuestros pies.
La llegada al muelle flotante de Muang Ngoi me pareció épica y la imagen del pueblo con sus casas de madera con vistas al río, los niños nadando cerca y las enormes montañas a su alrededor me dejaron impresionada. Esa era la imagen que venía a mi cabeza cuando pensaba en el viaje al sudestes asiático y se había hecho realidad. Mi alojamiento no podía ser mejor, habitación con balcón y hamaca con vistas al río Nam Ou, el mismo que me había traído hasta aquí. Muang Ngoi es tan pequeño que se recorre en un momento y en su calle principal tienes todo lo necesario, y en mi caso, justo al final de la calle, también encontré la tienda-taller de telas de Dam, donde, por casualidad entré a preguntar por algun lugar donde pudiera darme un masaje. Ella, con una gran sonrisa, me acompañó a una casa de la misma calle donde recibí un gran masaje laosiano y una invitación para ir al día siguiente a su “farm” a vivir en primera persona el trabajo en los campos de arroz, donde pude compartir tradiciones locales como beber sangre de pato macerada o el ritual de agradecimiento por una buena cosecha.
Ese instante cambió por completo los planes del viaje, pues haría que me quedara en Muang Ngoi algunos días más de lo previsto y que la casa y la tienda de Dam se convirtieran en mi segunda casa durante esos días en los que, además de compartir un día de campo con familia y amigos, también cenamos un par de días en su casa con su marido y sus tres hijos e incluso fuimos al mercado local semanal, donde compré los ingredientes necesarios para preparar a la familia una cena a base de tortilla de patatas y de espinacas que cociné como pude en un fuego en el suelo y con sartén tipo wok…toda una odisea!
Mis días en Muang Ngoi pasaron entre excursiones varias por los alrededores compartiendo con algunos amigos que conocí en el barco y los momentos en casa de Dam o en la tienda-taller donde, al descubrir que también cortaba el pelo, me decidí a proponerle que me cortara las puntas y que me pusiera la henna en mi cabello, que ya tocaba! Fue explicarle los beneficios del tinte natural originario de Egipto, que le faltó tiempo para probarla también, acabando las dos haciendo una sesión de peluquería con masaje en la cabeza incluido!
Y llegó el día de seguir con mi viaje por Laos, aunque Dam quería que me quedara… Vino por la mañana a despedirme en el pequeño puerto y nos abrazamos con la promesa de volver a vernos, con un “I’ll come back” que sentí muy verdadero pues Laos ya tenía un lugar en mi corazón, y en ese momento supe que volvería al lugar donde me rebautizaron de nuevo con el nombre de Lao.




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El país de las mariposas
Fue amor a primera vista, lo vi y supe que era él… mi país favorito…me enamoré de Laos. Me gustó desde el primer momento. Al poner los pies en el país tras cruzar la frontera sentí una energía especial, de mucha calma. Laos es sinónimo de naturaleza y mundo rural. Ya en la misma frontera vi correr a una familia de pollos y un bicho palo en el cristal de la oficina de inmigración, así como las primeras mariposas que tantas otras veces me dejarían embobada con su danza y su cercanía.
Mi bus paró en el centro de Muang Khua, un pequeño pueblo con un viejo puente colgante en el que, por primera vez tuve la sensación de estar VIAJANDO, así en mayúsculas, y no solo turisteando. Llegué sin internet en el móbil, sin moneda local y sin traductor de google, a la vieja usanza, así que me sentí más viajera que nunca, preguntando a la gente local y agudizando todos los sentidos, sobretodo el sexto, la intuición. Con un par de pantallazos que había preparado de dos guesthouse, la comunicación no verbal y la ayuda de una mujer que hablaba un poco inglés pude sacar moneda local del cajero, conseguir una targeta sim y encontrar mi casita para esos días, una habitación para mi sola con balcón y vistas al río y un restaurante buenísimo justo al lado llamado Sabaidee, como el dulce saludo de los lao.
Aunque este pueblo tenía que ser solo una primera parada en Laos para integrarme en un nuevo país con calma y ver hacia donde seguir la ruta, las causalidades de la vida, hicieron que aquí viviera una de las experiencias más intensas de lo que llevaba de viaje. A la mañana siguiente de llegar y después de haber “callejeado” por el pueblo, de pasar por el puente colgante varias veces y de ver la salida de los niños y niñas de la escuela, conversando con algun@s de ell@s, en la calle principal vi el viejo edificio de “información turística” y entré a ver qué podía hacer en aquella zona. Y allí conocí a Bounma, un profesor retirado que ahora se dedicaba a dar a conocer su cultura haciendo de guía turístico. Me habló de un trekking de 2 días a las comunidades rurales de las montañas, donde podría conocer y convivir con personas de una de las minorías étnicas de Laos, los Akha Loma. Me enseñó las fotos en papel que tenía colgadas en la oficina y al verlas algo se movió en mi, no tenía duda, quería ir allí. Bounma lo organizó todo, cerró por dos días la oficina y al día siguiente pusimos rumbo a las montañas.
Llegar allí no fue fácil, primero una hora en camioneta por un camino lleno de baches paralelo al río Nam Ou, luego tres horas de caminata ascendente a través de la selva machete en mano y finalmente un camino entre campos de arroz en lo alto de las montañas, pasando por diferentes pueblitos de casas humildes sobre postes de madera con vacas, cerdos y pollos corriendo libremente, tanto como los niñ@s que allí vivían, que nos miraban entre sorprendidos y divertidos por aquella inesperada visita. Finalmente, llegamos al pueblo en el que pasaríamos la noche con una de las familias que nos acogió en su casa. Una vez allí sentí que estaba viviendo algo único y me metí de lleno en la experiencia, como hacen los niñ@s al jugar.
Y eso fue precisamente lo primero que hice, jugar con los niñ@s! No hablabamos en el mismo idioma pero la comunicación era fácil, más allá de las palabras…Después paseamos por la aldea con Bounma, hablando con la gente, que curiosos, querían saber de mi y me sonreían agradecidos por la visita. Cenamos con la familia, los hombres en una mesa y las mujeres y niñ@s en otra, aunque yo como invitada, cené con los hombres de la casa y bebí como ellos, un licor casero que toman tres veces antes de empezar cada comida en pequeños vasitos de cristal. Después nos invitaron a compartir otra cena en una casa comunal donde se reunía medio pueblo después de un duro día en los campos de arroz y allí todo eran sonrisas y amabilidad, me hacían sentir una más y estaban contentos de tenerme allí. Pasamos la noche en la casa de la familia que nos acogía, desayunamos juntos por la mañana y pusimos rumbo a Muang Khua de nuevo pues nos esperaban otras tres horas de caminata, ahora de bajada.
Me fui de allí emocionada después de la despedida con canciones tradicionales (cada uno las suyas) y con el corazón rebosante de amor y de agradecimiento por la experiencia vivida y con ganas de conocer más de Laos y de su gente. Pronto conocería a mi amiga laosiana…




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Madame sin fronteras
Desde Mai Chau y sus verdes campos de arroz me dirigí a Dien Bien Phu, el último pueblo cercano a la frontera que había elegido para cruzar a Laos, antaño escenario de la última gran batalla contra la ocupación francesa y hoy un lugar desangelado con una marcada vida local lejos del turismo, aunque con los servicios mínimos necesarios para cualquier viajer@ que se deje caer por ahí. El cruce de frontera parecía fácil, llegar en bus, mostrar el pasaporte para obtener el preciado sello de salida de Vietnam, cruzar a Laos y tramitar la visa allí mismo (VOA le llaman… Visa On Arrival), pues… « ¡no madame! here is not possible VOA, you must go to Hanoi and get the visa in the Lao’s Embassy» , palabras textuales del policía vietnamita que, más tarde, resultó ser un ángel, por lo mucho que me ayudó a transitar esa incómoda e inesperada situación que me supuso volver a la casilla de salida (Hanoi) en un recorrido de 12 horas en un animado y peculiar bus de camas dobles y comida local gratis.
Pasé la noche en la ciudad del caos y al día siguiente pude tramitar mi visado en la embajada de Laos en pocas horas y volver a la frontera el mismo día…¡y en el mismo bus! pero ahora en 17 horas (las mismas que tardé de Barcelona a Ho Chih Min…yes!). Fue muy divertida la reacción de los chicos del bus y del policía al verme de nuevo regresar al mismo punto en tan poco tiempo, no creo que mucha gente haga algo tan loco.
Y esta vez sí, con mi flamante visado y mi sello de salida de Vietnam, crucé la frontera y con el mismo bus me dirigí a mi primer destino en Laos, un pueblo a 150 km de la frontera, Muang Khua, donde me enamoraría por primera vez en este viaje…
STOP!
Antes de continuar por Laos, me queda pendiente hablaros de la ciudad de Vietnam por la que pasé, casi sin planearlo, 3 veces: Hanoi, la que yo llamo la ciudad del caos ordenado.
La primera vez que pasé por Hanoi fue bajo una lluvia constante que casi no paró en dos días y que más tarde, estando ya en las montañas del norte, me enteraría que había provocado grandes inundaciones en la ciudad. Pero, aquí, la vida no se para porque caiga “un monzón de ná” (mi vena cordobesa ya salió), así que me uní a un free tour en español para conocer un poco más de la historia de Hanoi, recorriendo su “old town” junto a un grupito de 15 compatriotas más en viaje vacacional con los que pude por un momento compartir conversación en castellano y en “català”!
La segunda vez en Hanoi fue de paso hacia Mai Chau y me fue bien para poder recorrer sus calles en un día soleado (calles literalmente, pues no hay aceras o están ocupadas por motos, negocios, gente comiendo, animales…). Esta vez también pude vivir la experiencia de ver pasar el tren por una calle bien estrecha en la famosa “train street” y callejear sin más, abriendo todos los sentidos para captar la quinta esencia de una ciudad en la que el aparente caos esconde un increíble orden que solo alguien que viva allí comprende. Y ahora sí, me gané el “máster en cruce de calle” danzando entre miles de motos, coches, bicicletas y otros vehículos circulando a golpe de bocina.
Y la tercera y última vez en Hanoi es la historia que ya conocéis y que continúa en el país vecino, Laos. ¿Me acompañas?



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Empieza la magia
El «todo es posible» aquí se vuelve totalmente real, como llegar a Cat Ba, la isla cercana a la famosa Halong Bay, en bus y en barca a la vez… si! La ruta empezó con el bus subiendo a una barcaza para vehículos y pasajeros que separa la isla de tierra firme. La primera mirada a través de la ventana del bus ya auguraba que la isla me iba a traer buenos momentos y la tranquilidad y naturaleza que andaba buscando.
Cat Ba es la alternativa a la turística Halong Bay, desde donde pude recorrer el sur de dicha bahía más la preciosa Lang Ha Bay, igual de espectacular y con menos cruceros surcándola. El día escogido para navegar por ella no fue el más plácido y soleado, pues la lluvia intermitente y las nubes nos acompañaron todo el viaje, pero como en la vida misma, no todos los días son perfectos, así que disfruté del momento y encontré la belleza en el mar agitado y en las gotas de lluvia tras los cristales del barco y me dejé envolver por la música de mis auriculares como banda sonora de un crucero intimista y contemplativo.
La isla aún me regaló otro momento mágico en el mirador del parque nacional situado en el corazón de Cat Ba, al que llegué tras una preciosa caminata por el bosque primario y en el que, contemplando la belleza absoluta que me rodeaba, de forma espontánea me surgió la necesidad de danzar allá arriba como ritual de unión con la naturaleza y con la vida en un instante de gran emoción interna que obró en forma de invocación a la energía femenina que más tarde daría lugar a un encuentro de mujeres de diversas procedencias para compartir vivencias en un ágora improvisada en lo alto de la montaña. Pura magia!
Y del mar a la montaña en un abrir y cerrar de ojos! o lo que es lo mismo, unas cuantas horas en sleeping bus con parada intermedia en Hanoi (esta ciudad colonial y caótica se merece un post entero!) así que llegué a Ha Giang, en el noreste de Vietnam y muy cerca de la frontera con China a media tarde, decidida a hacer el ya famoso Loop de Ha Giang en moto… si, en moto, pero con easy rider! El Bong Hostel y la vida en sí misma lo organizó todo para compartir la experiencia con un maravilloso grupo de almas bonitas de India, Suecia, Málaga y Vietnam recorriendo los territorios del norte y nuestros propios territorios internos durante 4 días y 3 noches de ruta, risas, happy water, karaoke, viewpoints, baños y paisajes increíbles. ¡Gracias por todos los momentos vividos!
Ya de vuelta a Hanoi (donde pasaría más noches de las esperadas… aunque eso es parte del post que se viene después), el viaje empezaba a tener tintes de despedida del primer país recorrido, pues ya ponía rumbo a la frontera con Laos en el norte, no sin antes hacer la última parada en territorio vietnamita, Mai Chau. Qué gran sorpresa este precioso rincón donde los verdes campos de arroz inundan toda la vista y la bicicleta se convierte en tu mejor aliada para recorrerlos con calma pasando por poblados rurales con mucha vida tradicional para descubrir. Esos días los pasé en el Mai Chau Home Holiday, un homestay en el que me sentí parte de la familia que allí se creó entre los que nos alojamos allí y la propia familia de la casa, donde compartimos cenas, té, conversaciones, visitas conjuntas y actividades familiares con grandes y pequeños. Allí celebré el primer mes de viaje, augurio de las nuevas experiencias que viviría en el país vecino, Laos, aunque llegar a él no fue cosa fácil…



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Viajar a mi manera
La ruta hacia el norte me llevó a Hué, ciudad imperial, donde puse a prueba mi mood viajero de no hacer y ver lo que se supone que tienes que hacer y ver en cada lugar y me dejé llevar por lo que realmente le apetecía a mi niña, al fin y al cabo es mi viaje y lo moldeo a mi manera!
Bajo el lema «I’m ecological» (por no decir cada vez que no sé conducir una moto «ahora») alquilé una buena bici para recorrer la ciudad y algunos lugares más alejados y un tanto frikis la verdad… Mi niña pedía jugar en bici e ir al parque acuático!! El paseo en bici me llevó por la orilla del río del perfume hasta una pagoda pasando por la famosa ciudadela imperial, de la que pasé «olímpicamente» al parecerme demasiado grande y tediosa de visitar (además de tener una entrada realmente cara para los estándares de aqui) y solo la rodeé tranquilamente observando la vida real de la ciudad a su alrededor, como las clases de educación física de los niños en el parque, los juegos callejeros y el bullicio de las tiendas, realmente Vietnam en sí mismo es como un gran mercado, todo son tiendas y gente comprando, en muchos casos, sin bajarse de sus motos… Mirando el mapa, decidí visitar una de las tropecientas tumbas de emperadores que hay en la ciudad, la que me pareció más asequible para llegar en bici y a la vez la más zen para pasear por sus jardines y hacer un picnic.
Y el top fue llegar hasta un parque acuático abandonado donde pude disfrutar como una niña haciendo una de las cosas que más me gusta, recorrer lugares abandonados y sentir e imaginar cómo debían ser cuando estaban habitados, incluso puedo imaginar los sonidos! muy friki, lo sé, pero fue mucho más divertido el tobogán con forma de dragón que mil tumbas y ciudadelas!
Y en Hué pude decir adiós a tanta ciudad y adentrarme en el Vietnam de los parques naturales, el impresionante norte y sus paisajes de encanto. Phong Nha fue mi primer destino, pequeño pueblo al lado del Con River, donde disfruté del ritmo tranquilo, de los paseos en bici, en moto y en barca para visitar sus rincones y famosas cuevas y compartir con la familia del An An Homestay, un lugar acogedor donde relajarse y comer de maravilla!
Y el segundo destino, Ninh Binh, al que llegué de madrugada en un sleeping bus (no acabo de entender aún porqué le llaman «sleeping» si casi no puedes dormir y a menudo llegas a horas intempestivas y no puedes ni ahorrarte la noche de hostel…) así que tuve que esperar sentada delante de la puerta un par de horas a que abriera el homestay, suerte que una vecina me vió y empezó a llamar a la dueña a «grito pelao» diciéndole que tenía una huésped ahí fuera, qué maja! Hospedarte en un homestay, para mi es lo mejor que puedes hacer en Vietnam, pues estás en una casa con una familia local, viviendo y compartiendo su día a día y puedes incluso ser testigo de acontecimientos familiares como la pedida de mano de una de las hijas, que es lo que me pasó aquí en Ninh Binh!
De nuevo en un bus, puse rumbo a mi primera isla del viaje… ¡Te lo cuento en el siguiente post!



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Encuentros y desencuentros
Llegué a la ruidosa y moderna ciudad costera de Danang ya de noche, me subí al primer GRAB que me ofreció un precio razonable y me fui al hostel que había reservado, donde me esperaba un encuentro «inesperado». Mientras desayunaba, apareció una mujer de la que podía asegurar casi al cien por cien su origen…era «come from Spain» y para más datos, malagueña! Nuestros caminos se cruzaron en el momento justo, para compartir tres días y algunos aprendizajes.
Después de una larga charla, decidimos pasar el día por Danang alquilando una moto para poder llegar hasta las playas más alejadas del centro y recorrer sus calles. El Mar de la China no me pareció el más bonito y limpio del mundo y para nada superó mis amadas aguas mediterráneas, pero, fue mi primer chapuzón playero! Aunque para agua, la que cayó del cielo al cabo de un rato mientras estábamos en las Marble Mountains! Mi compañera se quedó abajo y yo me quedé atrapada arriba un buen rato esperando a que aflojara la lluvia y compartiendo fotos, instagram y conversación con un grupo de chicos de India con los que finalmente decidimos bajar descalzos y entre risas por unas escaleras ahora convertidas en cataratas.
Danang no tenia mucho más que ofrecer y pusimos rumbo esa misma noche a Hoi An, la joya de Vietnam, la ciudad de los mil farolillos. Es de aquellos lugares patrimonio de la humanidad que de tan turístico parece un decorado, y eso no le quita encanto, pero la hace menos real, menos auténtica y con sensación de que todo está demasiado preparado. Así que solo quedaba fluir con ello y ponerte en modo «turista» a recorrer sus calles y estar atenta a dejarte sorprender por algo… y ese algo para mi fue el Precious Heritatge Gallery Museum, un encantador museo etnofotográfico sobre las minorias étnicas de Vietnam donde las miradas de las personas allí fotografiadas me llegaron al alma y salí del museo enormemente emocionada.
Siento que algo se despierta en mi, eriza mi piel y humedece mis ojos (incluso en este momento, mientras escribo estas palabras) cuando estoy cerca de estos pueblos que me recuerdan la esencia de lo humano, la vida en la naturaleza, en comunidad, el trabajo artesanal y el ritmo lento. No es la primera vez y no será la última en este viaje. Pero eso ya es otra historia.
Tras esos días compartidos con mi compatriota malagueña, nuestros caminos se separaron, ella hacia al sur y yo hacia el norte y he de confesar que en ese momento sentí que recuperaba mi libertad de movimiento, mi viaje y mi tempo que no era el mismo en muchos sentidos que el de mi compañera. Me subí a mi enésimo bus, le di al play a mi podcast preferido y puse rumbo al norte.


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Esto no es Hawai
Una de las primeras cosas que una siente en Vietnam, y entiendo que en todo el sudeste asiático, es la humedad y esa sensación de estar todo el día sudando, o más bien transpirando, que hace que no puedas repetir ropa más de un día y que utilices el servicio de “laundry” de tu hostel más de lo esperado, pues la bolsa de la ropa sucia se va llenando de forma exponencial.
Pues fue llegar a Dalat, a 1500 m sobre el nivel del mar y sentir el fresquito de la montaña hasta el punto de tener que abrigarse y todo por las noches! Recorrer las calles de esta famosa ciudad de herencia francesa con la bicicleta fue un verdadero placer, bordear su lago, encantarme en su antigua estación de ferrocarril y perderme en su “crazy house” que tanto me recordó a la casa de Dalí en Port Lligat… Allí fue donde me encontró Titi, un veterano “easy rider” que me ofreció un tour en moto por los alrededores de Dalat para admirar tanto sus bellezas naturales (sus cascadas y bosques) como su gente, concretamente sus artesanos, algunos de ellos bien curiosos como las mujeres que sacan la seda de los capullos que hacen los famosos gusanos de seda que tod@s hemos tenido en nuestra infancia, me pareció algo mágico.
Mi primera experiencia en moto más allá de los mototaxis de GRAB, fue toda una aventura. Sentir el viento, quedarme embobada con los paisajes que me rodeaban o sorprenderme con cada escena cotidiana que sucedía a mi alrededor con la mirada de una niña que descubre el mundo a cada instante.
Presencia, esa es la palabra que mejor define mis sensaciones aquí en el viaje, estar presente en todo momento para disfrutar de todo y para sentir que la vida, aquí, también me cuida.
Mi ruta siguió en un bus hacia la costa, aunque no tanto para disfrutar de la playa, pues no son de lo más idílicas (esto no es Hawai) sinó para poder vivir la experiencia de viajar en un tren local recorriendo los 500 km de costa desde Nha Trang hasta Danang. Me decidí por un vagón de asientos blandos y no por la opción de coche-cama para poder disfrutar como una local más de las vistas del mar desde la ventanilla del tren, al menos mientras la luz solar lo permitió, pues en cuatro horas ya era de noche y tocó tirar de podcasts descargados y de sentir el transcurrir de la vida en un tren, con sus conversaciones, sus niños corriendo por el pasillo, su interventor pasando a revisar billetes, sus carritos de comida de todo tipo y su traqueteo somnoliento, un viaje que me dejó un gran sabor de boca.
Casi sin darme cuenta, ya casi había recorrido medio país, el sur, tal vez el menos visitado por quien tiene poco tiempo, pero que alberga rincones bien interesantes, y me disponía a poner rumbo a Hoi An, una de las joyas de Vietnam, pero esta vez no estaría sola…


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Madame Mochilera
Este título es toda una declaración de intenciones, pues así es como me siento en este viaje, en que de nuevo, y después de muchos años de no hacerlo y de andar rodando en furgoneta como un caracol con mi segunda casa, me vuelvo a colgar la mochila a la espalda para recorrer otro mundo, el del sol naciente, pero ahora como una madame, como aquí me llaman, un apelativo que me gusta porque me resulta elegante y un tanto divertido. Así que aquí empiezan las aventuras de madame mochilera!
Aterricé el 6 de septiembre en la antigua Saigón, en el sur del país, después de 17 horas de avión y sentí que había llegado a otro planeta… o tal vez era yo la extraterrestre europea que veía por primera vez en su vida una ciudad asiática, con su caos, su humedad, su ruido, sus calles, su gente, mucha gente, demasiada gente.
Me costó 3 días y sus noches que mi cuerpo entendiera los nuevos horarios, las nuevas rutinas y las nuevas sensaciones corporales, el tiempo que creo que también necesitó mi alma para volver a habitar mi cuerpo, pues tengo la teoría de que los vuelos de larga duración son como un portal dimensional en el que tu cuerpo se disuelve por un momento y vuelve a formarse de nuevo en otra dimensión, en otro lugar.
Las ciudades no son para mi desde hace ya un tiempo, me agotan y me agobian en la misma medida, así que enseguida busqué un lugar más amable, más abierto, más natural… y ese lugar fue el Delta del Mekong, donde la familia de Thao y Cuong me acogieron con todo el amor que necesitaba en esos momentos en que tan vulnerable y fuera de lugar me sentía (el choque cultural le llaman) pues para mi el choque fue intenso.
Los días allí fueron sanadores, descansé todo lo que el cuerpo me pedía, lloré todo lo que necesité, compartí mi momento con almas amigas y me dejé cuidar por mi familia vietnamita, con sus ricos desayunos y cenas y con sus atenciones. Gracias a ellos y a la llegada de dos compañeros de viaje italianos con los que compartimos esos días de paseos en bicicleta y en barca y amenas conversaciones de sobremesa en el Mekong, mi mirada cambió, mi energía también, ahora me sentía feliz y con ganas de conocer y explorar ese nuevo mundo que se abría ante mí, todo un país moviéndose sobre 2 ruedas!
Madame mochilera empezaba a estar en el viaje!

