La vida entre islas

De nuevo estaba en un ferry que me transportaba a la isla de Penang, donde un taxi me llevó al vintage Old Penang Hotel de Georgetown, la ciudad más famosa de la isla, con sus muelles de casas de madera sobre pilares, cuna de los clanes chinos que fundaron la ciudad y hoy reclamo turístico, así como los murales de street art que se esconden por varias calles de la ciudad y que puedes ir descubriendo a modo de juego de pistas como una niña.

Allí me reencontré con una de las chicas con las que compartimos el trekking por el Taman Negara y pudimos compartir un par de días junto a otra chica de su hostel. Cenamos y charlamos en un veggie del centro y subimos en funicular a la Penang Hill, donde disfrutamos de las vistas de la ciudad y de un paseo por los alrededores esquivando a los monos, que a veces no son muy amistosos.

La casualidad hizo que durante esos días la comunidad china celebrase su año nuevo, el año del dragón (mi animal en el horóscopo chino), la misma casualidad que hizo que volvieramos a coincidir, y en el mismo hotel de Georgetown, con Julia y Helena, con quien celebramos ese fin de año al estilo chino, con mucho incienso, ofrendas en los templos, música tradicional y pasacalles con figuras en forma de dragón.

Pasé varios días en Georgetown y el buen transporte público me permitió explorar otras zonas fuera de la ciudad como el jardín botánico o un parque con piscinas naturales donde pasé una tarde bien fresquita en compañía de gente local que se reunía allí para disfrutar de la sombra y del baño.

Y de isla en isla y tiro porque me toca, de Penang salté a la pequeña Pulau Aman o isla de la paz, donde pasé el día haciendo tiempo antes de coger mi próximo bus a la costa este. Con una pequeña y rústica  bici recorrí un trocito del camino que rodea la islita, parándome a conversar con las hijas de una familia que hacía picnic en la playa con ganas de practicar su inglés, y me llevé de regalo una picadura de medusa y también el remedio para calmar el picor: marro de café!

Un trayecto de varios autobuses me llevaría hasta Marang, un pueblito que recién amanecía cuando llegué. De allí partía el ferry hacia Pulau Kapas, una isla que acababa de abrir al turismo después de la temporada de lluvias y un destino de turismo local de playa que me regalaría días increíbles recorriendo sus playas de norte a sur. Lo primero fue comprar provisiones pues no hay tiendas en la isla y comer cada día en los restaurantes de los alojamientos podía salir algo caro. En el mercado local me abastecí de todo lo necesario y me dirigí al fast ferry en el que llegué a la isla surcando las olas literalmente y desembarcamos en plena playa con una escalera que se movía… ¡Toda una aventura! Lo segundo fue encontrar alojamiento a buen precio, y después de preguntar en varios sitios, me decidí por el camping a pie de playa que regentaba un chico muy amable donde pasé tres días y tres noches, compartiendo charlas y cenas con otros campistas y recorriendo los senderos que entre bosques y playas me llevarían a rincones salvajes y a playas desiertas. 

Mi ruta por la costa este continuó hacia el norte, hacia la poco visitada ciudad de Kota Bharu, la más «muslim» que visité en Malasia y punto de salida del «tren de la jungla«, que en dirección sur, atraviesa Malasia pasando a través de la selva, un trayecto de tres días que recorrí feliz mirando la vida pasar a través de la ventana de un tren que, aunque ya más moderno de lo que antaño fue, seguía teniendo su magia.

Y tras varios transbordos de autobús, todos fáciles y cómodos, llegué al sur de la costa este, a Mersing, desde donde dos días después saldría el ferry a mi último destino en Malasia, la isla de Pulau Tioman.

Llegué a mi salvaje alojamiento en el sur de la isla sentada en la parte trasera de una pick up y me enamoré del lugar, mi paraíso particular en Malasia, donde los días transcurrieron entre playas, ríos, cascadas, paseos tranquilos, hamaca y hasta taller de pan casero! El humilde lodge de habitaciones de madera se convirtió en el mejor final, un lugar especial rodeada de gente increíble. No fue fácil dejar esa isla, ni tampoco abandonar Malasia, el país que más me sorprendió, pero mi vuelo a un destino ya conocido estaba por salir del aeropuerto…

  

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