Retomé el viaje en solitario en Malaca, ciudad crisol de culturas fácil de recorrer a pie y en bici a lo largo del río que la atraviesa o paseando por sus agradables calles con casas de colores. Allí empecé a descubrir el street art de Malasia en algunos de sus muros, algo que se repetiría en varias de sus ciudades importantes. Más allá de ser un claro reclamo turístico, me encanta admirar esos murales vivos y sentirme como en un museo al aire libre.
La sensación de volver a estar sola en el viaje después de la visita de alguien querido es un tanto extraña el primer día pues te acostumbras a estar en compañía y se echa de menos, pero a la vez sientes que de alguna manera sigue ahí contigo en la distancia, siguiendo y apoyando tus aventuras y que ya forma parte del vidaje.
De Malaca volví a subir hacia el norte por la costa oeste en los más que cómodos (y baratos) autobuses de larga distancia, hasta llegar a Ipoh, una ciudad un tanto decadente de donde me llevé un mal sabor de boca al sentir el acoso de un hombre en moto mientras paseaba por sus calles, algo que no pasa a menudo, pero pasa, y no es agradable. Tal vez lo mejor fue volver a jugar a descubrir el street art de sus calles, paredes que hablan y cuentan historias, y recorrer sus alrededores, con templos y lagos a los que puedes llegar fácilmente en transporte público. Aun así, te diré que, si me pierdo, ¡no me busques en Ipoh!
La siguiente parada fue uno de los destinos top de Malasia, por muchas razones que ahora te contaré. Un fast ferry me llevó hasta la isla de Pangkor, un destino de turismo local en el que me quedaría más de lo previsto. Aunque mi idea era alojarme en un camping en la playa, éste resultó ser demasiado «expuesto» y lo que de día parecía una idea genial, de noche hizo que afloraran los miedos y tomé la decisión de ir a un alojamiento con cabañas de madera donde me sentí reconfortada por la dueña del local que entendió perfectamente mi vulnerabilidad en ese momento ofreciéndome una de sus cabañas con descuento.
Con el nuevo día, todo cambió y disfruté recorriendo las playas de la zona en un kayak y haciendo snorkel. Por la tarde, me acerqué caminando al río donde había una piscina natural. Allí pude compartir un buen rato con un señor muy amable que estaba con sus tres hijos y después de conversar un rato, le pregunté si en la isla alquilaban bicicletas… y sabéis qué? Me dijo: Yo alquilo bicis y mañana mismo te puedo traer una a tu alojamiento. Me encantan estas coincidencias!
Como ya imaginaréis, le di la vuelta a la isla en bicicleta, descubriendo playas, pueblitos de pescadores, templos de diferentes confesiones, muelles de madera y hasta un mini aeropuerto… Pangkor tiene mucho que ofrecer! Y lo que a mi me regaló fue la visita de mis queridas amigas que vinieron hasta allí siguiendo mis recomendaciones. Disfrutamos del fin de semana en la isla, que se llenó de gente local y de actividades. Lo mejor fue que, sin haberlo hablado, reservaron una de las cabañas en las que yo me alojaba! ¡Qué conexión teníamos ya!
Y nos volvimos a despedir (aunque por poco tiempo) y casi «in extremis» subí al ferry que me llevaría de regreso a puerto para poner rumbo a otra isla, Penang. ¿Me acompañas?






