Cruzar la frontera Laos-Camboya fue de lo más fácil con mi visado ya estampado en el pasaporte. Llegué feliz y contenta al tercer país de este vidaje que ya duraba dos meses en el que pasaría tan solo 12 días, el tiempo que me separaba de mi próximo vuelo a nuevos territorios.
La ruta, que tuve que planear más de lo habitual, me llevó a recorrer varias ciudades «vintage» como Kratie o Kampot en las que lo más interesante era dejarse llevar por sus calles y ver el día a día de su gente mezclándote en los mercados y transportes locales y probando gastronomia auténtica como el feto de pato, bien metidito en su cáscara…
En Kratie tuve la suerte de recibir la ayuda de un ángel del viaje que me facilitó los primeros trámites a realizar siempre que entras a un nuevo país: conseguir moneda local i una targeta sim con internet. También me habló de una pequeña islita en el río Mekong (Kaoh Trong) que podía visitar y recorrer en bicicleta, cosa que hice al día siguiente, pues las excursiones a avistar delfines plateados en peligro de extinción famosas en la zona no me parecían un buen plan.
Y de Kratie subí a un bus rumbo a Siem Reap, la turística ciudad que es la puerta a los templos de Angkor, el sitio arqueológico más famoso de Camboya, que algunas personas visitan de forma fugaz desde los paises vecinos. Pero Camboya no es solo Angkor Wat… de hecho, para mi los lugares tan renombrados acaban decepcionándome, pues las expectativas juegan una mala pasada y en mi experiencia, disfruto más de lugares menos conocidos y menos preparados para el turismo. Aún así visité los templos de Angkor en bicicleta (lo más interesante para mi) y en buena compañía de una chica mexicana que conocí en el hostel donde me alojaba y con quien compartimos el día de visita a los templos en bici y un espectáculo de circo local por la noche. Nada más que hacer en esa horrible ciudad.
Y de Siem Reap al puerto de Sihanoukville para subir al ferry rumbo a mi lugar preferido en Camboya: la isla de Koh Rong, mi paraíso, mi pequeña Formentera, donde llegué para 2 días y me quedé 4. Mi gran acierto fue alojarme en el norte de la isla, en una guesthouse flotante (Firefly Guesthouse) en un pueblo pescador de casas sobre pilares en el río. La família que me acogió me hiceron sentir como en casa, cocinaban de maravilla, conversábamos y yo salía a explorar la isla con el caiac o con la bici, haciendo snorkel y pescando y descubrí que por la noche el manglar se iluminaba con las pequeñas lucecitas de las luciérnagas… un lugar mágico. Lo viví como un retiro en medio del viaje y por un momento sentí que podía vivir un tiempo en esa cabaña de madera encima del mar donde me despertaba el sonido de las olas debajo de mi cama y los rayos del sol entrando a través de la ventana.
Los días en Camboya llegaban a su fin. Volví a tierra firme, hice una escala en Kampot, donde el Monkey Republic Hostel me sirvió de base para preparar la próxima aventura. De allí crucé en bus a Vietnam de nuevo, a Ho Chi Minh, cerrando así el círculo de esta primera etapa del vidaje por la península de Indochina.
Al día siguiente aterrizaría en un nuevo país… y esta vez no estaría sola.







