Con mi pelo de nuevo “colorao” (como diria mi yaya) y la emoción a flor de piel por todo lo vivido, volví a subir a una barca rumbo a Nong Khiaw, el pueblo en el que haría escala para dirigirme en minivan a Luang Prabang, dando botes todo el trayecto por los innumerables baches de la carretera.
Me alojé en el centro de la ciudad en un bonito y acogedor homestay y rápidamente localicé un lugar donde alquilar una bicicleta para recorrer sus calles y sus alrededores (aunque allí les parezca una locura ir en bici a según qué lugares pues les parece que es muy lejos). La disfruté mucho, pues montada en la bici recupero mi sensación de libertad de movimiento, el poder ir donde yo quiera sin depender de nadie y parar cuando me apetezca…echo de menos no tener un vehículo propio! conducir es una de mis pasiones y aquí lo tengo difícil, la verdad.
Además de pasearme por el centro histórico, que en muchos momentos me recordó a Cuba con su aire colonial, pude reencontrarme con el Mekong, ese río mágico que me acompaña en este viaje y que me recuerda la sensación de fluidez recorriendo un largo camino, y es que su viaje a través de tantos países es también mi viaje. También me crucé con varios monjes budistas, con sus coloridas túnicas naranjas y nos sonreímos con naturalidad…¡qué grandes historias tendrán por contar!
Pero, mi vivencia en esta bonita y apacible ciudad no tiene que ver con edificios coloniales, templos budistas milenarios o mercados nocturnos llenos de artesanía, mi vivencia es de agua y en las afueras de la ciudad, en las cascadas a las que llegué pedaleando y que me parecieron las más increíbles que he visto hasta ahora. Si bien es cierto que primero fui a visitar otras cascadas muy famosas (Kuang Si Waterfall), fue en un tour y el lugar estaba lleno de gente turisteando… Lo cierto es que me doy cuenta de que la manera de llegar y de ver un lugar cambia por completo la experiencia, pasando de ser un “visto” en la lista de cosas por ver a ser una “experiencia” en sí misma y así lo viví yo. Llegué con mi bicicleta al mismísimo río desde donde partían unas barcas de madera que cruzaban al otro lado, donde en menos de dos minutos estaba delante de un espectáculo de la naturaleza y rodeada de gente local, ni un atisbo de turistas fotografiándose en cada rincón! Había llegado a “Les fonts del Llobregat” de Luang Prabang, el lugar de domingueo de los laosianos, donde refrescarse y hacer un picnic…hasta un grupito de monjes paseaban entre las docenas de saltos de agua y se hacían fotos! Que experiencia tan increíble para mí, me sentí más Lao que nunca, qué maravilla de país! Y de vuelta a la ciudad, paré a comprar una de esas cestitas donde guardan el arroz aquí y después de hablar un ratito con la señora de mi ruta y de su familia, me regaló la cestita y una botella de agua… que siga la magia en este viaje!





