Fue amor a primera vista, lo vi y supe que era él… mi país favorito…me enamoré de Laos. Me gustó desde el primer momento. Al poner los pies en el país tras cruzar la frontera sentí una energía especial, de mucha calma. Laos es sinónimo de naturaleza y mundo rural. Ya en la misma frontera vi correr a una familia de pollos y un bicho palo en el cristal de la oficina de inmigración, así como las primeras mariposas que tantas otras veces me dejarían embobada con su danza y su cercanía.
Mi bus paró en el centro de Muang Khua, un pequeño pueblo con un viejo puente colgante en el que, por primera vez tuve la sensación de estar VIAJANDO, así en mayúsculas, y no solo turisteando. Llegué sin internet en el móbil, sin moneda local y sin traductor de google, a la vieja usanza, así que me sentí más viajera que nunca, preguntando a la gente local y agudizando todos los sentidos, sobretodo el sexto, la intuición. Con un par de pantallazos que había preparado de dos guesthouse, la comunicación no verbal y la ayuda de una mujer que hablaba un poco inglés pude sacar moneda local del cajero, conseguir una targeta sim y encontrar mi casita para esos días, una habitación para mi sola con balcón y vistas al río y un restaurante buenísimo justo al lado llamado Sabaidee, como el dulce saludo de los lao.
Aunque este pueblo tenía que ser solo una primera parada en Laos para integrarme en un nuevo país con calma y ver hacia donde seguir la ruta, las causalidades de la vida, hicieron que aquí viviera una de las experiencias más intensas de lo que llevaba de viaje. A la mañana siguiente de llegar y después de haber “callejeado” por el pueblo, de pasar por el puente colgante varias veces y de ver la salida de los niños y niñas de la escuela, conversando con algun@s de ell@s, en la calle principal vi el viejo edificio de “información turística” y entré a ver qué podía hacer en aquella zona. Y allí conocí a Bounma, un profesor retirado que ahora se dedicaba a dar a conocer su cultura haciendo de guía turístico. Me habló de un trekking de 2 días a las comunidades rurales de las montañas, donde podría conocer y convivir con personas de una de las minorías étnicas de Laos, los Akha Loma. Me enseñó las fotos en papel que tenía colgadas en la oficina y al verlas algo se movió en mi, no tenía duda, quería ir allí. Bounma lo organizó todo, cerró por dos días la oficina y al día siguiente pusimos rumbo a las montañas.
Llegar allí no fue fácil, primero una hora en camioneta por un camino lleno de baches paralelo al río Nam Ou, luego tres horas de caminata ascendente a través de la selva machete en mano y finalmente un camino entre campos de arroz en lo alto de las montañas, pasando por diferentes pueblitos de casas humildes sobre postes de madera con vacas, cerdos y pollos corriendo libremente, tanto como los niñ@s que allí vivían, que nos miraban entre sorprendidos y divertidos por aquella inesperada visita. Finalmente, llegamos al pueblo en el que pasaríamos la noche con una de las familias que nos acogió en su casa. Una vez allí sentí que estaba viviendo algo único y me metí de lleno en la experiencia, como hacen los niñ@s al jugar.
Y eso fue precisamente lo primero que hice, jugar con los niñ@s! No hablabamos en el mismo idioma pero la comunicación era fácil, más allá de las palabras…Después paseamos por la aldea con Bounma, hablando con la gente, que curiosos, querían saber de mi y me sonreían agradecidos por la visita. Cenamos con la familia, los hombres en una mesa y las mujeres y niñ@s en otra, aunque yo como invitada, cené con los hombres de la casa y bebí como ellos, un licor casero que toman tres veces antes de empezar cada comida en pequeños vasitos de cristal. Después nos invitaron a compartir otra cena en una casa comunal donde se reunía medio pueblo después de un duro día en los campos de arroz y allí todo eran sonrisas y amabilidad, me hacían sentir una más y estaban contentos de tenerme allí. Pasamos la noche en la casa de la familia que nos acogía, desayunamos juntos por la mañana y pusimos rumbo a Muang Khua de nuevo pues nos esperaban otras tres horas de caminata, ahora de bajada.
Me fui de allí emocionada después de la despedida con canciones tradicionales (cada uno las suyas) y con el corazón rebosante de amor y de agradecimiento por la experiencia vivida y con ganas de conocer más de Laos y de su gente. Pronto conocería a mi amiga laosiana…




