Una de las primeras cosas que una siente en Vietnam, y entiendo que en todo el sudeste asiático, es la humedad y esa sensación de estar todo el día sudando, o más bien transpirando, que hace que no puedas repetir ropa más de un día y que utilices el servicio de “laundry” de tu hostel más de lo esperado, pues la bolsa de la ropa sucia se va llenando de forma exponencial.
Pues fue llegar a Dalat, a 1500 m sobre el nivel del mar y sentir el fresquito de la montaña hasta el punto de tener que abrigarse y todo por las noches! Recorrer las calles de esta famosa ciudad de herencia francesa con la bicicleta fue un verdadero placer, bordear su lago, encantarme en su antigua estación de ferrocarril y perderme en su “crazy house” que tanto me recordó a la casa de Dalí en Port Lligat… Allí fue donde me encontró Titi, un veterano “easy rider” que me ofreció un tour en moto por los alrededores de Dalat para admirar tanto sus bellezas naturales (sus cascadas y bosques) como su gente, concretamente sus artesanos, algunos de ellos bien curiosos como las mujeres que sacan la seda de los capullos que hacen los famosos gusanos de seda que tod@s hemos tenido en nuestra infancia, me pareció algo mágico.
Mi primera experiencia en moto más allá de los mototaxis de GRAB, fue toda una aventura. Sentir el viento, quedarme embobada con los paisajes que me rodeaban o sorprenderme con cada escena cotidiana que sucedía a mi alrededor con la mirada de una niña que descubre el mundo a cada instante.
Presencia, esa es la palabra que mejor define mis sensaciones aquí en el viaje, estar presente en todo momento para disfrutar de todo y para sentir que la vida, aquí, también me cuida.
Mi ruta siguió en un bus hacia la costa, aunque no tanto para disfrutar de la playa, pues no son de lo más idílicas (esto no es Hawai) sinó para poder vivir la experiencia de viajar en un tren local recorriendo los 500 km de costa desde Nha Trang hasta Danang. Me decidí por un vagón de asientos blandos y no por la opción de coche-cama para poder disfrutar como una local más de las vistas del mar desde la ventanilla del tren, al menos mientras la luz solar lo permitió, pues en cuatro horas ya era de noche y tocó tirar de podcasts descargados y de sentir el transcurrir de la vida en un tren, con sus conversaciones, sus niños corriendo por el pasillo, su interventor pasando a revisar billetes, sus carritos de comida de todo tipo y su traqueteo somnoliento, un viaje que me dejó un gran sabor de boca.
Casi sin darme cuenta, ya casi había recorrido medio país, el sur, tal vez el menos visitado por quien tiene poco tiempo, pero que alberga rincones bien interesantes, y me disponía a poner rumbo a Hoi An, una de las joyas de Vietnam, pero esta vez no estaría sola…


