Este título es toda una declaración de intenciones, pues así es como me siento en este viaje, en que de nuevo, y después de muchos años de no hacerlo y de andar rodando en furgoneta como un caracol con mi segunda casa, me vuelvo a colgar la mochila a la espalda para recorrer otro mundo, el del sol naciente, pero ahora como una madame, como aquí me llaman, un apelativo que me gusta porque me resulta elegante y un tanto divertido. Así que aquí empiezan las aventuras de madame mochilera!
Aterricé el 6 de septiembre en la antigua Saigón, en el sur del país, después de 17 horas de avión y sentí que había llegado a otro planeta… o tal vez era yo la extraterrestre europea que veía por primera vez en su vida una ciudad asiática, con su caos, su humedad, su ruido, sus calles, su gente, mucha gente, demasiada gente.
Me costó 3 días y sus noches que mi cuerpo entendiera los nuevos horarios, las nuevas rutinas y las nuevas sensaciones corporales, el tiempo que creo que también necesitó mi alma para volver a habitar mi cuerpo, pues tengo la teoría de que los vuelos de larga duración son como un portal dimensional en el que tu cuerpo se disuelve por un momento y vuelve a formarse de nuevo en otra dimensión, en otro lugar.
Las ciudades no son para mi desde hace ya un tiempo, me agotan y me agobian en la misma medida, así que enseguida busqué un lugar más amable, más abierto, más natural… y ese lugar fue el Delta del Mekong, donde la familia de Thao y Cuong me acogieron con todo el amor que necesitaba en esos momentos en que tan vulnerable y fuera de lugar me sentía (el choque cultural le llaman) pues para mi el choque fue intenso.
Los días allí fueron sanadores, descansé todo lo que el cuerpo me pedía, lloré todo lo que necesité, compartí mi momento con almas amigas y me dejé cuidar por mi familia vietnamita, con sus ricos desayunos y cenas y con sus atenciones. Gracias a ellos y a la llegada de dos compañeros de viaje italianos con los que compartimos esos días de paseos en bicicleta y en barca y amenas conversaciones de sobremesa en el Mekong, mi mirada cambió, mi energía también, ahora me sentía feliz y con ganas de conocer y explorar ese nuevo mundo que se abría ante mí, todo un país moviéndose sobre 2 ruedas!
Madame mochilera empezaba a estar en el viaje!

